Cuando la fiesta deja de ser segura: una reflexión urgente

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La escena electrónica lleva décadas construyendo un refugio donde la música conecta, la pista une, y la experiencia colectiva nos eleva. Pero el pasado 1 de mayo, algo se rompió. Durante su actuación en Elrow Town Madrid 2025, Paul Kalkbrenner vivió en carne propia un momento que nadie (ni público, ni artistas, ni organizadores) quiere ver: un ataque físico en pleno set. Un tipo desbordado, sin camiseta, burló las medidas de seguridad, se subió al escenario y fue directo hacia él. No es ficción. Ojalá lo fuera.

El ataque se quedó en susto, pero el daño simbólico es profundo. Y no, no vamos a entrar en morbo. No vamos a buscar culpables con nombre y apellido. Lo que queremos es ir más allá, mirar con perspectiva y preguntarnos: ¿qué está pasando con la seguridad en los grandes festivales? ¿Y qué podemos hacer, cada parte implicada, para evitar que algo así se repita?

¿Qué podemos (y debemos) hacer como público?

Primero, dejar de pensar que la seguridad es algo que nos hacen los otros. La seguridad somos todos. No basta con que haya vallas, vigilantes o detectores. Si nosotros normalizamos el caos, la falta de límites, los excesos sin control, el entorno se vuelve impredecible. A veces peligroso.

Como público, tenemos una responsabilidad: cuidarnos y cuidar. Ser conscientes de lo que implica estar en un espacio compartido con decenas de miles de personas. Identificar actitudes violentas o desbordadas y alertar. No mirar a otro lado. La pista no es un ring. Ni una excusa para justificar todo “porque estamos de fiesta”.

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Y ojo: esto no va de aguafiestas. Va de defender el espacio de libertad que hemos construido entre todos.
Porque si lo contaminamos, lo perdemos.

¿Y los organizadores? ¿Cómo se refuerza un sistema sin convertirlo en una cárcel?

El equilibrio es difícil. Queremos festivales abiertos, vibrantes, sin que parezcan cárceles al aire libre. Pero también queremos escenarios seguros. Y aquí hay decisiones estratégicas que deben revisarse con honestidad.

No basta con seguridad reactiva. Hay que diseñar la experiencia con una mirada preventiva. ¿Cómo fluye el público? ¿Qué pasa si alguien salta una valla? ¿Hay suficiente personal en la zona del escenario? ¿Está formado para intervenir con rapidez y sin violencia innecesaria? ¿Hay puntos ciegos en el dispositivo?

También es momento de repensar el tamaño y formato de algunos eventos. Elrow es una máquina de sueños, sí. Pero cuando superas ciertas cifras, el modelo se vuelve frágil. Más gente, más estímulos, más riesgo. Y en ese contexto, una sola persona puede romperlo todo en un segundo.

Medios: ¿qué papel jugamos en todo esto?

No somos solo narradores. También somos amplificadores, generadores de cultura y, en parte, responsables de cómo se construye el relato de la escena.

Si cada vez que hay un incidente lo tratamos como una anécdota viral o un escándalo superficial, fallamos. Si solo hablamos de los nombres del cartel, del stage de colores y del “sold out”, también fallamos.

Los medios tenemos que hacer espacio para las preguntas incómodas. Para hablar de lo que no se ve en los aftermovies. De los fallos, sí, pero también de las soluciones. De lo que hay que proteger, mejorar y transformar.

¿Qué le pasa a la electrónica cuando se rompe el pacto de cuidado?

La electrónica nació como una cultura de escape, de transformación. En los márgenes. En los clubes oscuros donde podías ser quien eras sin miedo. Esa esencia (de libertad, pero también de comunidad) se está diluyendo a medida que los festivales se industrializan, se masifican y se alejan del cuerpo a cuerpo con el público.

Lo que pasó con Kalkbrenner no es un caso aislado. Es un síntoma. No de la música, sino de un entorno que empieza a olvidar su raíz: el respeto mutuo. La confianza invisible que une al DJ con la pista. Y eso no se reconstruye con más policías ni más contratos. Se reconstruye recuperando la consciencia de por qué estamos todos ahí.

Porque si no cuidamos el espacio común, la electrónica deja de ser revolución para convertirse en puro espectáculo. Y eso, amigos, sería una derrota.

Que esto no se repita. Que la pista siga siendo un refugio. Y que no dejemos de hacernos preguntas incómodas. Solo así la música electrónica seguirá siendo lo que fue: un latido colectivo que no conoce violencia… solo emoción.

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Solucionador profesional y con la capacidad de desmontar cosas y que no le sobren tornillos. Músico con oido absoluto y aprietabonones profesional. Presenta, produce, pincha y ahora tambien escribe.

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