CAPÍTULO 10

Tiempo estimado de lectura: 4 minutos

DISCLAIMER >> 
Este libro explora la vida en los márgenes de la sociedad a través de historias crudas y honestas sobre música electrónica, sexo, drogas y libertad. Su lenguaje directo y temas sensibles buscan reflejar la autenticidad de una cultura que desafía las normas establecidas.
Advertimos que algunos capítulos contienen lenguaje explícito y referencias a situaciones adultas. No buscamos glorificar conductas de riesgo, sino ofrecer un testimonio sincero que invita a reflexionar sobre la búsqueda de identidad, conexión y trascendencia.

Léelo con mente abierta y responsabilidad.

No falla, si no es una cosa es otra, aunque siempre fui fan de los refranes españoles, y el de “Mala hierba nunca muere” era uno de mis preferidos.

Me bajo del taxi, solo pienso en mis maletas de discos, ni siquiera me paro a ver si estoy bien, sólo quiero que mis joyas hayan sobrevivido. Las maletas están intactas, yo también, el taxista no ha tenido tanta suerte y asoma sangre por su cara. No sé qué hacer en esas situaciones, así que agarro las maletas y cojo otro taxi.

Mi cuerpo produce más adrenalina de la que por derecho le corresponde, pienso que un día no me voy a enterar de mi propia muerte, que colapse feliz, empalmado y drogado. Decido ir a pillar petas, cosa que no es nada habitual en mi, pero como buen enganchado, llega un momento en el que piensas en dejarlo, y la única manera que ves es sustituir una droga por otra. Brillante.

Llamo a Eva. La reina de las drogas, quisieras lo que quisieras, ella lo tenía. Maldita ninfomana de tetas perfectas, piernas de gimnasio y abdomen perfecto para ponerse rayas. Me dice que está en casa, que suba y que me da lo que quiera, hija de puta, yo sé lo que quieres y mira tu por donde, yo también lo quiero. Un quinto sin ascensor, ¿os suena? parece que todos los camellos o todos los chills están en un quinto sin ascensor. Tres maletas, sumados a días sin dormir, sumado al ostión del taxi no pueden dar como resultado nada bueno. 

Nada más llegar me muerde la boca, está más cerda de lo habitual, y yo encantado. Sobre la mesa hay cuatro rayas que tumbarían al más malote de tu barrio, me pongo dos y ella otras dos. Es el ritual de apareamiento bakala. Acto seguido voy a por ella, está en la cocina cortando el costo que anteriormente le había pedido por teléfono. Me mira y en sus ojos se revela su pensamiento, “si no te lo vas a llevar, hijo de perra”. No se equivoca.

Típico típico, follar en la cocina, me encantaba tomar la posición dominante, tengamos en cuenta que en este momento de la historia peso 65 kilos y el solo hecho de creer que puedo dominar a semejante pibón hace que me venga arriba, que se venga arriba todo…

Ella sabe que eso me encanta y me deja seguir creyéndolo, pero la verdad es que cuando yo me vaya esa se quedará follada y forrada, no hay día que no me deje una pasta en su casa, esta vez me saca hasta el alma, la poca que me queda.

Dejo las maletas en su casa y me voy con un cóctel de drogas digno de Hollywood. Voy en busca de otra presa. Repaso la agenda del móvil de arriba a abajo una y otra vez, tengo tres posibles objetivos y estoy tan cachondo y tengo tantas ganas de esnifarme Bolivia que entro en un bar y le pregunto al camarero por el baño.

Bajo las escaleras, cierro la puerta, bajo la tapa y abro la bolsa, no puedo más, no aguanto más y sucede lo que nunca podía imaginar, tengo tal erección que necesito masturbarme antes que ponerme la raya.

La semana que viene más y mejor…

Este capitulo pertenece al libro “Cocaína, Sexo y Techno” escrito por Alex Hertz y que podrás leer aquí semanalmente en exclusiva.

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