En tiempos de guerra, amar es un acto de ruptura
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Vivimos una era marcada por una dolorosa paradoja: en un mundo hiperconectado, la humanidad está más fragmentada que nunca. Según el Global Peace Index, en 2024 se contabilizaron 59 conflictos activos, el número más alto desde la Segunda Guerra Mundial . Cada conflicto desde la guerra entre Israel e Irán iniciada el 13 de junio de 2025 , hasta la sangrienta guerra civil en Sudán, que amenaza con desencadenar una hambruna devastadora expone la fragilidad de un mundo que se percibe cada vez más dividido.
El resultado es un paisaje global plagado de muros: guerras que se multiplican, asesinatos que parecen normalizarse, corrupción que se institucionaliza. La desconfianza corroe los vínculos entre continentes, países, comunidades… incluso entre familias.
Y en medio de esta vorágine, el amor más básico: la empatía, el cuidado mutuo, la compasión se percibe como incómodo o incluso un gesto subversivo. Expresar solidaridad ya no es educado: es reveladoramente político.
Amar: un gesto subversivo
En un entorno en el que las acciones se juzgan según su beneficio inmediato, todo lo vulnerable se descarta con eficiencia despiadada. Sin embargo, cada pequeño acto de bondad resiste. Aunque el odio sea más estridente, el amor sigue existiendo. Está ahí, en quienes eligen la felicidad compartida sobre el egoísmo, en comunidades que se abrazan en lugar de enfrentarse.
En un mundo donde los conflictos armados crecen, donde la fragmentación social es prioridad en estudios como el Global Risks Report 2025 del Foro Económico Mundial , amar se convierte en una acción política. No es ingenuidad: es una forma consciente de dignificar al otro.
Algunos llaman a este fenómeno “rebeldía afectiva”: apostar por el compromiso humano en lugar de resignarse a la indiferencia. En tiempos de discursos polarizados y desinformación, emocionar sin calculadoras es transgresor.
La palanca contra la indiferencia
El contraste no es menor. Mientras las luchas armadas y la desconfianza escalan, la intención de amar y cuidar genera una vibración auténtica que se opone frontalmente a las fuerzas divisoras. No se trata de ignorar la realidad, sino de responderle desde la humanidad compartida.
Porque el amor no necesita grandes escenarios para impactar. Basta un gesto: una palabra amable, un abrazo, un acto de ayuda desinteresada. Estos hilos de afecto, aunque invisibles en la geopolítica, son la red que sostiene la convivencia real.
¿Qué camino elegir?
- Actuar localmente con dimensión global: ser solidarios con quienes hoy sufren ya sea un refugiado, un barrio empobrecido o cualquiera anónimo.
- Preservar la empatía como motor político: educar en el cuidado, la escucha activa, la sensibilidad.
- Rechazar la indiferencia: no aplaudir la impunidad, denunciar la violencia estructural y defender lo vulnerable.
Si el mundo premia cada vez más la indiferencia, amar se convierte en un gesto consciente de ruptura.
Y es, tal vez, nuestra mejor arma contra la polarización y la deshumanización.