La dictadura del hate: bienvenidxs a la jungla digital
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Esto va directo, sin anestesia: las redes sociales se han convertido en el campo de batalla más asqueroso del siglo XXI.
Y no lo digo por dramatizar, sino porque lo estamos viviendo todos los días en la escena electrónica, en los festivales, en el arte, en el puto día a día.
Ya no hace falta que seas un personaje público. Basta con que pienses diferente, con que no sigas la corriente o que levantes la voz contra una injusticia, y prepárate: te caen encima como buitres con Wi-Fi.
Porque no, esto no va solo de DJs y haters frustrados. Aquí te odian si tienes éxito, si tienes ideas, si molestas con tu talento o simplemente si no te doblegas al rebaño. Te machacan en TikTok, te señalan en Instagram, te lapidan en Twitter/X, y como te pongas chulx, te doxean. Sí, doxean. Te sacan nombre, DNI, dirección, familia, perro y hasta la marca de cereales que comes. Y todo porque a algún miserable no le gustó que pienses por ti mismx.
A un colega le pasó. Denunció a uno de estos vendehumos que van de mesías musical vendiéndote la receta mágica para triunfar en Beatport (spoiler: no existe), y le hicieron la vida imposible. Doxeo, amenazas, bloqueos, vetos de clubes y festivales. ¿Quién fue el culpable? ¿El vendehumo? No. El que se atrevió a decir la verdad. Así funciona este circo.
Y mientras tanto, los algoritmos aplauden. Porque los que mandan aquí no son ni los DJs, ni los programadores, ni tú, ni yo. Son las grandes plataformas: Meta, TikTok, X… que deciden qué está bien, qué se puede decir, a quién se le permite opinar y a quién se le entierra bajo toneladas de silencio. ¿Sabías que en X hay bots programados para reventarte si dices algo que no encaja con la línea oficial? No es conspiranoia. Es estrategia. Es censura 2.0 disfrazada de libertad.
¿Y sabéis qué es lo más grave? Que ahora cualquiera se siente con derecho a juzgar. No hace falta tener razón, solo una conexión y ganas de linchar. El odio se ha convertido en herramienta de promoción. Si no montas escándalo, no existes. Si no incendias algo, no te ven. Si no haces el imbécil en vertical, nadie te comparte. La coherencia, la verdad, la calidad… ¿eso qué es? ¿Eso se monetiza?
Y ojo, que aquí también meto a los festivales. A los que se bajan los pantalones ante los haters, a los que cancelan artistas por presión de cuatro tontos con Wi-Fi, a los que vetan gente porque “no conviene”. A los que no entienden que esto no es hacer comunidad: es censura, es cobardía y es perder la esencia de lo que era esta cultura.
¿Queréis hablar de salud mental? Pues empecemos por dejar de convertir las redes en campos de tiro. Empecemos por no darle altavoz a los mismos de siempre. Por no tragar con influencers reciclados a artistas, con vendeformulas milagrosas, con falsos coach que te dicen cómo vivir o producir como si el arte fuera una tabla de Excel.
Ya está bien de tragarnos todo sin rechistar. Ya está bien de disfrazar la cobardía de respeto y la censura de moderación. Estamos creando una generación de clones cagados de miedo, sin opinión, sin criterio, sin voz propia.
Vivimos en la era del video de 15 segundos. La misma rapidez con la que alguien se vuelve viral, es la que se tarda en ser cancelado por tener una opinión propia.
Antes, en cada pueblo solo había un tonto. Iba en un carro de caballos de colores y se le veía venir desde 20 millas. Hoy, esos mismos charlatanes tienen perfil verificado, millones de seguidores y nos venden humo como si fuera oro.
Y entre medias, los vendehumos. Esa nueva casta que te intenta convencer de que con “su fórmula mágica” estarás en el top de Beatport, que si compras su curso de “cómo triunfar siendo DJ” en 5 pasos, te convertirás en el próximo mesías del mainstage. Te venden packs de loops, branding en Canva y actitud de gurú. Luego los ves pinchar y parecen influencers mal programados. Pero claro, graban stories, tienen followers y eso, al parecer, pesa más que saber usar un mixer.
Porque opinar ya no es opinar: es exponerse. Y gran parte de esta violencia digital está orquestada, alentada o directamente ignorada por las grandes plataformas.
Las que silencian unas voces y amplifican otras. Las que permiten que bots y perfiles falsos se organicen para atacar en manada a quienes se atreven a salirse del guion.
Y mientras algunos juegan a ser jueces digitales, otros seguimos haciendo lo nuestro, paso a paso, nota a nota, palabra a palabra.
Porque lo único que queda al final… no es lo que gritas en 15 segundos, sino lo que sostienes en 15 años.
— Anne Bonny
Sin filtro. Sin careta.
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